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9 de noviembre de 1934- Nace el astrónomo Carl Sagan

Carl Sagan siempre fue consciente de la importancia de compartir el saber científico a todas las personas. Estaba convencido de que la democratización del conocimiento de la humanidad es una condición necesaria para alcanzar un mundo más justo. Por dedicarse a esa tarea de divulgación, casi a tiempo completo, sacrificó en gran medida su carrera profesional. Pero aun así, hizo importantes aportes al desarrollo de la astronomía, en especial al campo de las ciencias planetarias.
Sagan, en su tesis doctoral, explicó que la alta temperatura que reina en la superficie del planeta Venus (cerca de 470°C), se debe a la existencia de un efecto invernadero incontrolado. También estudió la dinámica del clima en el planeta Marte, y fue uno de los primeros científicos en comprender la naturaleza de la compleja atmósfera que rodea a Titán, la principal luna de Saturno. Participó, además, activamente, en el programa espacial norteamericano en donde, entre otras actividades, entrenó a los astronautas del proyecto Apollo, y ayudó a diseñar experimentos en muchas de las misiones interplanetarias enviadas a explorar el Sistema Solar.
Pero su atención se proyectaba en diferentes ámbitos del saber, algunos de ellos ajenos a la astronomía. Y es que Carl Sagan, más allá del científico, fue antes que nada un humanista que concentró su esfuerzo intelectual en buscar respuestas racionales a preguntas trascendentales como: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos? y ¿cuál será nuestro destino? Interrogantes que invitan a la reflexión, y que desde cada noche de todos los tiempos han acompañado a la especie humana.
Así, en la búsqueda de respuestas a esas grandes preguntas, era inevitable que su camino se cruzara con otras temáticas que, aunque más terrenales, resultan ser igualmente relevantes para el presente y el futuro de la humanidad. De esta manera, el astrónomo se transformó en un referente que opinaba, con propiedad, sobre temas tan diversos como la relación de la ciencia con el poder político, la amenaza nuclear, el deterioro del medio ambiente, el cambio climático global, el adelgazamiento de la capa de ozono y tantos otros problemas que, al paso de una década, siguen plenamente vigentes, y que por lo mismo confieren permanente actualidad a su obra y pensamiento.
Vivimos en el universo de Carl Sagan, inmensamente grande y mayormente desconocido. En un universo que Sagan nos recordó una y otra vez que no es acerca de nosotros. Somos un elemento granular. Nuestra presencia puede parecer efímera, un parpadeo luminiscente en un océano oscuro. O quizá estamos aquí para quedarnos, pero de alguna manera buscando encontrar nuestro camino para trascender nuestros más terribles instintos y miedos profundos, para convertirnos en una especie galáctica. Podemos ser capaces de creer en la vida fuera de este planeta, en los habitantes lejanos, civilizaciones altamente avanzadas, las más antiguas, quizá.
Nadie nos había explicado el espacio en toda su gloria desconcertante tan bien como Sagan lo hizo. Ha estado ausente por poco más de dos décadas, pero las personas lo siguen recordando e incluso pueden recordar su voz y su juvenil entusiasmo por comprender el Universo en el que tenemos tanta suerte de vivir.
Sagan tenía algunas creencias fundamentales, incluida la sensación de que hay un orden y una lógica en el universo, que es fundamentalmente un lugar benigno, agradable para la vida e incluso para la vida inteligente. Su cosmos estaba preparado para la autoconciencia. Sintió que la humanidad estaba a punto de hacer una conexión cósmica con civilizaciones avanzadas. En efecto, creía que tuvo la suerte de vivir en un momento especial. Esa noción incómoda contra el principio copernicano, después de su descubrimiento en el siglo XVI de que la Tierra no es el centro del sistema solar, lo que nos dice que nunca debemos asumir que estamos en un lugar especial, ni en el espacio ni en el tiempo.
La especie humana, utilizando a la ciencia y a la tecnología, continuará intentando encontrar respuesta a la interrogante vital de si estamos, o no, solos en el Universo. Y en esa búsqueda estará siempre presente el recuerdo imborrable de Carl Sagan, un científico y humanista excepcional que, como pocos, hizo de su existencia un apostolado de la ciencia.
Créditos:
Texto: Oscar Villalobos
Ilustración: Raúl Alejandro Dávila Martínez